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1. Los automóviles. Joe Gillis (William Holden) llega hasta la casa de Norma Desmond huyendo
de dos hombres que pretenden embargar su coche por falta de pago. Mientras lo
esconde en el garaje, encuentra el Isotta-Fraschini de Norma Desmond (Gloria
Swanson). Hay un cierto paralelismo entre el auto y su dueña. Ambos parecen
abandonados, aunque intentan mantenerse a punto por si la ocasión lo requiere.
También presentan un cierto aire de decadencia, del exceso de tiempos pasados,
que choca brutalmente con el desolador panorama que se muestra en el filme.
Es reseñable también que Gillis huye intentando
conservar su coche, para acabar perdiéndolo, quedando irremisiblemente unido al
Isotta-Fraschini, como sucede con su carrera de guionista y con la propia Norma
Desmond. Incluso, en el momento en el que, durante la fiesta de nochevieja,
decide largarse, le cuesta enormemente encontrar otro medio de locomoción que
lo lleve bajo el temporal. Ambos, auto y dueña, permanecen bajo el intensivo y
meticuloso cuidado de Max, el mayordomo (Erich Von Stroheim), y sin embargo… La Paramount aun considera
tener sitio para el Isotta-Fraschini, pero no para Norma Desmond.
2. La piscina. Se podría decir que para El crepúsculo de los Dioses es tan importante o mas que el piano
Sam de Casablanca. Es donde comienza
y se inicia la película. La escena inicial (que originalmente se desarrollaba
en la morgue y fue descartada por resultar cómica) fue rodada sumergiendo un
espejo en la piscina, para poder grabar el cadáver de Gillis desde abajo, sin
necesidad de sumergir la cámara.
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Cuando el guionista llega a la casa, ese símbolo de
lujo que tanto ansiaba para si mismo, está habitada por las ratas. Es en esa
misma piscina, ya debidamente reparada y llena de agua, cuando observamos una
estampa marcadamente familiar. Gillis ya asume con total naturalidad su papel
dentro de ese entorno. Se ha adaptado a ese escenario y ese escenario a él. Es
en esa misma piscina que muestra a Betty Schaefer (Nancy Olson) mientras la
despide mientras le extiende la invitación a utilizarla algún día.
Curioso detalle también el que precisamente
encienda la luz de la misma, olvidando luego apagarla, lo cual quizá facilitó a
Norma Desmond hacer blanco, al igual que contemplar luego el cadáver flotando.
Se comenta que entre los diálogos de ese arranque descartado, se decía “Yo también fui encontrado en una piscina,
pero no me ahogué. El agua entró por tres agujeros que yo no tenía”, pero
no puedo confirmar este dato.
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Luces y espejos son prácticamente el espíritu de la
película, que al fin y al cabo, no es otra cosa que el espejo de lo que fue un
Hollywood que cambió bruscamente en poco tiempo, y olvidó todo lo que se quedó
lejos del foco, a igual que de esa vanidad que fue tan característica de las
estrellas de la época. Tanta egolatría suele provocar una inclinación a la
aversión hacia el personaje de Norma Desmond, sin embargo, como apunta Cecil B.
DeMille, Norma era una persona viva, inteligente, pero no es fácil soportar
toda esa adulación las 24 horas del día. Y mucho menos, que después te la
arrebaten tan cruelmente.
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Y va mucho más allá de lo meramente estético. Como
el antiguo príncipe rumano, Norma Desmond busca la ayuda de un invitado al que
hospeda con la intención abrirse camino entre nuevas masas para recuperar un
poder y una grandeza que perdió en su confinamiento, y empieza por vampirizar al
recién estrenado esbirro (mas en la versión fílmica del mito de Drácula que en
la novela, ciertamente), que es el mas reciente pero no el único, como
demuestra la presencia de Max el mayordomo. Es, ciertamente, un vampirismo que
reacciona de manera totalmente opuesta al tradicional ante la luz, pero que
igualmente deja dos opciones : Unirte o perecer. Por último, apuntar una
curiosidad. Tanto el vampiro como las viejas glorias del cine que se reúnen a
jugar a las cartas en la casa comparten el dudoso honor de haber sido dados por
fallecidos cuando la realidad es bien distinta. Ambos son, en definitiva, no
muertos.
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5. Las puertas. La vieja mansión de Norma Desmond, igualmente
pasada de moda, como comenta Gillis al primer vistazo, es un cúmulo de fascinantes
detalles a cada cual con mayor interés. Pero quizá sería oportuno poner un
especial énfasis en que en esa vieja fortaleza de la que parece imposible
salir, no hay ninguna puerta cerrada, y sin embargo, son otros los factores que
impiden abandonarla. Por precaución, los pomos de las puertas han sido
arrancados, lo cual crea no ya sólo una sensación de falta de privacidad, si no
en algunos casos, hasta de indefensión. Y más fascinante aun es la puerta de entrada
a la casa, ese enrejado más metafórico que real.
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No parece existir un problema real que impida
abandonar la casa, y sin embargo lo hay (aunque sea un reloj que se engancha
con la cerradura). Por estas consideraciones, que Gillis decida acompañar a
Nancy a la puerta y ser él y no Max quien la ayude a abandonar la casa, resulta
especialmente significativo. Tampoco podemos olvidar, aunque no pertenezcan a
la mansión, las puertas de la
Paramount , quizá tan suyas como las de su propia casa al fin
y al cabo. La vieja “obsesión” del maestro Lubitsch toma en la obra de su
alumno una enorme relevancia.
6. Max, el mayordomo. Erich Von Stroheim da vida
en este filme a un mayordomo inquietante, pero que a lo largo del desarrollo de
la acción, lo resulta aun en mayor grado. Si en un primer momento sorprende la
naturalidad con la que recibe a Gillis, hasta el punto de asegurar que se le
estaba esperando hacía tiempo, acto seguido induce a sospechas su mirada,
siempre fría y escrutadora. Apenas parece humano, quizá por la
imperturbabilidad con la que asume la extravagancia de su señora, o quizá por
su imperturbabilidad a secas.
Cabría interpretar como lealtad la preocupación la
diva (resumida perfectamente en la frase “puede usted hacer lo que quiera, pero
le ruego que no se entere la señora”) hasta el extremo de colaborar activamente
en mantener la mentira. Hacia el final, nos damos cuenta de qué hay detrás de
Max, el mayordomo. Uno de los tres jóvenes directores de cine más prometedores,
junto a Griffith y a DeMille, y sobre todo, su primer marido. Ese mismo primer
marido que ha tenido que adecentar el que fuera su cuarto para que lo ocupara
(amen de otros menesteres) un guionista incapaz de encontrar trabajo, y que
vuelve a su antigua tarea para dirigir las cámaras en el canto del cisne de
Norma Desmond (cabe recordar que la expresión “canto del cisne” en inglés es
“swan song” y Swanson es el apellido de la actriz que da vida a Norma Desmond)
en su caricaturesco y siniestro descenso por la escalera. Por lo común,
tenderíamos a pensar que ama y criado están igual de locos, pero habiendo dos
personas no ya de acuerdo, si no total y apasionadamente convencidas de la
legitimidad de su causa, cabe la duda de si no tendrá razón Norma Desmond, que
en verdad ella es grande y son las películas las que se han hecho pequeñas.
Como curiosidad, Von Stroheim y Gloria Swanson fueron marido y mujer en la vida
real, y precisamente la dirigió en la película que visionan en el salón.
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7. Los ojos de Norma Desmond. Hablar
del personaje de Norma Desmond podría dar para mucho y este texto ya está siendo
mucho menos somero de lo que planeaba inicialmente. La mirada de Norma Desmond
está muy alejada de la de cualquier otro mortal. No sólo percibe otra realidad,
si no que la transmite e hipnotiza. No es que ese influjo llegue a convencerte,
si no que te demuestra que ese mundo que la veneraba quizá no exista ya, pero
está claro que en algún momento existió.
Es, además, una muestra de la excelente
interpretación de Gloria Swanson, la cual, tras la inicial sorna con la que se
recibió su excesiva y sobreactuada interpretación, respondió diciendo que Norma
Desmond es una diva del cine mudo, y en el cine mudo se actuaba así.
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8. El mono. Que aparezca un mono en una película siempre suele
ser algo digno de mención, que duda cabe, pero en este caso vamos a señalar que
tiene mas razones para ser destacado que de costumbre. El retrato de una figura
endiosada por el gran público, que vive lejos de la realidad enclaustrada en
una lujosa mansión nos puede retrotraer a muchas celebridades, seguramente,
pero… ¿Cuántas de esas celebridades tenían por mascota un mono con tratamiento
no ya de ser humano, si no de ser humano adinerado? Quizá no en el momento en
el que vemos al primate por primera vez nos acordamos de Michael Jackson, pero
meditando, después de la película, es imposible no evitar hacer una relación,
aunque esta sea muy superficial. Evidentemente por cronología es imposible que
Wilder trazara el paralelismo con Jacko. Más posible es que este surgiera en la
cabeza de determinadas personas, otorgando al difunto rey del pop a lo mejor un
status inadecuado, o quizá que el genio de Billy Wilder planteara una situación
tan fantástica que finalmente la vida imitó al arte. Considerando mas factible
esta segunda, no habremos de decantarnos por dar por cierta ninguna al no
conocer si no de manera superficial e inexacta la circunstancia del
desaparecido músico.
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Quizá sea así, pero una vez la película ha dejado
poso, cuando te vas olvidando de algunos detalles, te queda en la memoria cómo
Von Stroheim dirige las cámaras del noticiero para esa última vez de Norma
Desmond, pese a todo, un instante de tremenda reverencia al cine, al lema “el
espectáculo debe continuar”. Y es precisamente en esa forma de amar al cine
donde vemos mas de Billy Wilder, ese romántico desencantado capaz de hacer una
declaración de amor intenso y profundo enumerando tus defectos mas flagrantes.