Apurando
apurando antes de que la quiten de las salas, he ido a ver Eight days a week,
el documental que ha dirigido Ron Howard contando los años de giras de los
Beatles. Rondaba ya por mi cabeza iniciar una nueva serie de textos sobre
algunos biopics relacionados con los Beatles y películas "adyacentes"
y quizá sea éste un buen momento para ello. Procedo a hacer un breve comentario
sobre el documental.
Recientemente
leía, en el magnífico libro de conversaciones entre Cameron Crowe y Billy
Wilder, que al director austriaco no le gustaba el rock. No le tenía mucha
estima a Elvis Presley, aunque Crowe, que antaño fue periodista en Rolling
Stone (como se encargó de "reflejar" en su cinta Casi famosos), sí
consiguió sacarle que los Beatles no le desagradan tanto, que tenían personalidad.
Esta
personalidad, que sin duda los vendió muy bien, cautivó a un Ron Howard, que
por aquellos entonces era un conocido actor infantil. El momento fue ideal,
puesto que coincidieron en camerinos. No es de extrañar que Howard quiera
contar de lo Beatles el momento de efervescencia que fueron los años de giras
del cuarteto.
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Hay que decir,
en honor a la verdad, que habiendo visto en numerosas ocasiones los distintos
capítulos de The Beatles Anthology es fácil caer en una comparación muy dura
con casi todo el material documental que se pueda ver después. Pero en este
caso hay que girar la vista hacia aquella magnífica saga documental, puesto que
recupera algún material perteneciente a ella, como es el caso de las
entrevistas a George Harrison, que proceden del material descartado, y con el
que, seguramente, se podría hacer algún documental más muy muy interesante. Pero
también para comparar si el material que ya fue remasterizado para Anthology y
en este caso, vuelto a remasterizar para pasarlo a 4k, ha sufrido un cambio
destacable, dejando a un lado algunas imágenes que dan la sensación de
coloreadas, aunque sólo sea por la constatación de haberlas visto antes en
blanco y negro en no pocas ocasiones.
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El relato "emocional"
es, quizá, lo que en un primer momento más podríamos destacar del documental,
no por subjetivo, sino porque explica lo que podemos ver en las imágenes. Si
algo deja claro Ron Howard con este trabajo, y hay un momento que se dice
textualmente, es que los Beatles superaron todas las expectativas y quienes no
participaban de la beatlemanía no eran capaces de entenderlo, y hoy en día quizá
no seamos capaces de comprender la sorpresa que fue, por eso esa primera parte
del relato es tan importante.
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El furor que
causaban los Beatles entre sus seguidores está perfectamente ilustrado por los
testimonios que se incluyen en la película. Los casos más conocidos, los de
Whoopi Goldberg o Sigourney Weaver, y por ello más chocantes, porque es
indudablemente llamativo ver a gente tan popular, ante la que cualquiera se
sentiría como poco intimidado, hablar de alguien con esa emoción y esa
reverencia.
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Pero dejando a
un lado ese testimonio de ilustres beatlemaníacos, entre los que también me
gustaría destacar a Elvis Costello y a la grada de Anfield, que aparece
cantando temas de sus paisanos, Howard hace bien en destacar una constante en
las giras de los Beatles que no da pie a dudar de su consideración de pioneros.
Nadie sabía cómo había que dar un concierto en un estadio, por la sencilla razón
de que no había grupos que movieran a tanta gente. También textualmente se dice
en el documental que era prácticamente motivo de orden público que los Beatles
actuaran en un gran recinto, porque era imposible controlar a cinco mil
personas dentro del recinto y a cincuenta mil que esperaban fuera. Y así
llegamos al concierto del Shea Stadium.
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Hoy en día
tenemos en la retina grandes eventos musicales en estadios llenos hasta la
bandera, pero las imágenes que nos ofrecen del concierto del Shea Stadium llaman
la atención, no tanto por las gradas llenas, sino por el terreno de juego vacío.
Pero quizá lo más definitivo sería decir que las canciones sonaron a través de
la megafonía del estadio. Nos podemos imaginar la calidad del mismo. La idea de
precariedad, propia de quien recorre un sendero inhóspito por primera vez,
queda bastante bien transmitida por la película.
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Quizá decae
cuando el relato se ciñe más rigurosamente a los hechos, aunque para un
espectador no muy conocedor de la historia de los Beatles pueda resultar
estimulante. Cabe reseñar que hablar, en un espacio de tiempo bastante corto,
de las protestas por la actuación en el Budokan, por ser un lugar sagrado, y
tocar el tema de la famosa frase de "somos más populares que
Jesucristo" es una manera de dar a entender que Lennon tenía razón. Pero,
igual que sucede con la también reciente Hitchcock y Truffaut, esta película es
una buena manera de poner otra vez de actualidad elementos del pasado que
conviene no dejar de lado, y en ese aspecto, merece aplauso.
Como epílogo, hablar
de "los amigos ausentes". El documental está dedicado a George
Martin, el que fuera productor de muchos de los discos de los Beatles (cuando
estaban juntos y por separado), y cuyo hijo Giles se encarga de la producción
musical. Martin falleció este 2016 y para muchos es considerado como el auténtico
quinto beatle, por lo que aportó a la música del conjunto con su trabajo en el
estudio. Y también a Neil Aspinall o Mal Evans, que acompañaron al grupo desde
sus comienzos y tienen también su pequeño huequecito dentro de la producción.
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