Una vez completado el primer
trimestre de vida del Cine Club Casablanca, y comenzando el segundo, me
gustaría escribir unas líneas al respecto de cómo se ha desarrollado hasta la
fecha.
Tuve noticia de esta iniciativa
en verano a través de uno de sus organizadores, Pedro Javier Salado, al que
conozco desde los tiempos de la facultad y que tuvo mucho tiempo en su poder mi
ejemplar de Cómo acabar de una vez por todas con la cultura. En un momento en
el que el mismo Valladolid que tiene en la Seminci uno de sus grandes
estandartes, ve como sus cines céntricos cierran sus puertas, me pareció una
iniciativa no sólo interesante, sino absolutamente necesaria. Principalmente,
me sedujo la idea de un espacio en el que, además de ver una programación
cinematográfica variada, se pudiera hablar y vivir el cine de otra forma, amen
de volver a una sala de cine con cierta regularidad, algo que no tengo por
costumbre pero que quería adquirir como tal.
Las proyecciones fueron
inauguradas con Dos metros de esta tierra, que fue presentada por su director Ahmad
Natche. La película es una ficción de aspecto documental ambientada en un
evento real, un festival de música que se celebra anualmente en la ciudad de
Ramala. Sirviéndose de las imágenes de un programa de tv que se estaba
preparando en el que se recogería el mentado festival, la película parecía
mandar un mensaje en el que la guerra pertenecía al pasado y el futuro de
Palestina iba encaminado a preservar su identidad en base a la cultura, lo que
quedaba diferenciado por las imágenes documentales bélicas, en contraste con
las del festival, pertenecientes a la actualidad.
La segunda sesión tuvo como
novedad el primer corto que precedía la proyección del largometraje, que fue
Jueves, del vallisoletano Pedro del Río, que acudió acompañado del director de
fotografía del corto, Víctor Hugo Martín. Una obra de estética cuidada y
argumento con truco. El largometraje posterior fue Hasta ver la luz, de Basil
da Cunha, una historia marginal que, pese a tener algunos retratos nocturnos de
mucha fuerza, parece que no terminaba de cuajar, quizá porque la improvisación
de los actores hacía que la historia, que de por si no era excesivamente clara,
se diluyera en excesivo y perdiera ritmo.
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Para la tercera sesión, nos
acompañó Jorge Villa, que presentó su corto Demasiado corazón, una comedia con
pequeños toques de humor negro y ritmo endiablado, y comentó con nosotros la
película de Goran Paskaljevic, Al nacer el día. Y tengo que decir que para mi
está ha sido una de las dos películas proyectadas que mas me han gustado.
Paskaljevic, con un presupuesto escaso, ofrece una película sobre un viejo
profesor de piano que, según la interpretación que yo le di, investigando sobre
el horror y la barbarie en los campos de concentración nazis de Belgrado, va
descubriendo, poco a poco, otro mundo de horror que, como sucedía con las
atrocidades del III Reich, tampoco parece importar a nadie. Dicho sea de paso,
su fotografía otoñal, también me dejó muy complacido.
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Para la cuarta
sesión, Antonio Macías nos vino a hablar del festival de Cortos de Rodinia,
festival de cine itinerante que proyecta por los bares de Valladolid y que, aun
a la espera de iniciar su séptima edición, ya ha recibido más de mil
cortometrajes. Además, nos presentó uno de los cortos ganadores en el certamen
del año pasado en la categoría de corto documental, Odysseus gambit de Alex
Lora Cercós, la historia de un inmigrante que sobrevive en las calles de Nueva
York jugando al ajedrez y tocando la guitarra. El largo fue, en este caso, la
obra documental Asier ETA biok, de Aitor y Amaia Merino. Asier y yo, su título
traducido al castellano, cuenta casi en primera persona la relación entre el
actor Aitor Merino y su amigo Asier, cuya vinculación con el entorno de ETA le llevó
a pasar un largo periodo en la cárcel. Una temática muy interesante para un
documental que, cuando se acercaba al relato más personal de su director
resultaba más dinámico e interesante que cuando se limitaba a exponer momentos íntimos
de Asier. A estas alturas, los debates entre los asistentes a las proyecciones
ya eran algo más fluidos, aunque con esta película, quizá por lo controvertido
del tema, hubo una cierta reticencia inicial.
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Llegamos a la
quinta sesión, en la que pudimos ver Estocolmo, una simpática y muy premiada
historia de Álvaro Martín, con el que tuvimos una de las tertulias mas animadas
del ciclo, en la que comentamos tanto Estocolmo como otras obras suyas (vuelvo
a insistir en que el documental de los Roxy como La partida de mi abuelo son
impagables) y el largometraje La espectadora, de Paolo Franchi. Esta fue la
otra película, junto Al nacer el día, que mas me entusiasmó. Una historia que,
para mi, tenía una serie de reminiscencias rohmerianas (aunque formalmente tenía
que ver mas bien poco o nada) con un triángulo amoroso de lo mas curioso, cuyas
interrelaciones daban para mas de un análisis y mas de una revisión. Lo cierto
es que, como comentaba antes, todo se conjugó para tener una charla de lo mas
animada y participativa sobre los dos filmes que pudimos ver esa tarde-noche.
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Por último, cerramos
el trimestre y nos fuimos de vacaciones con la proyección de Cuando naces… ya
no puedes esconderte, de Marco Tullio Giordana. Por mor de la duración del
largometraje, no hubo proyección previa de corto alguno. Si bien todos
coincidimos en que nos había parecido un tanto deslabazada, con un discurso un
tanto inconexo hasta el punto de no tener muy claro exactamente ni la intención
ni el argumento de la película, si al menos dio pie a un interesante coloquio,
que al fin y al cabo, es uno de los factores que encuentro mas interesantes de
participar en este cine club.
Y con esta
sensación empezamos el nuevo trimestre, con las ganas de ver cine, de explorar
propuestas diferentes, y sobre todo de hablar de cine, de participar y de vivir
el cine. Y, por cierto, hoy me he enterado de que el número de personas apellidadas Melero en el cine club, asciende a tres. No somos tantos meleros ni en mi casa.
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