domingo, 23 de noviembre de 2014

¿Por qué me gusta Eric Rohmer?



 Este verano me disponía a acometer un importante ciclo de películas de Ingmar Bergman. Pero antes pensé que era buena idea ver Pauline en la playa, puesto que llevaba años con esa intención, y así de paso adentrarme un poco en los directores de la llamada Nouvelle vague. Me picaba la curiosidad aunque lo que había escuchado sobre ellos no me inducía al optimismo. Pero vi Pauline, claro que si.
 
Sucedió que, a la mañana siguiente, me levanté imbuido de recuerdos de la película. Me era muy complicado dejar de pensar en ella y pensé que era alguna forma de amor. Sin embargo, me atormentaba una pregunta. ¿Por qué me había gustado esa película, si no tenía, o no advertía yo, que tuviera que ver con lo que hasta ahora me había gustado en una película? Quizá, pensé, la respuesta estaba en la novedad, el cambio abrupto. Pero no, ahí tampoco encontré la respuesta. Ante la duda, decidí adentrarme en la investigación y ver otra película mas, a ver qué me parecía.

Fue La rodilla de Clara la siguiente de la lista. Que, dicho sea de paso, me parece una cosa rarísima y sin sentido que Clara sea el único nombre que se traduce, como si no quedara bien La rodilla de Claire. Sea como fuere la vi, y también me gustó, y mucho, aunque seguía sin entender (incluso ahora menos que antes) por qué me gustaban esas películas de Eric Rohmer.


Salvo un intermedio para ver ambas partes de Hot shots y Top secret, he dedicado todo el verano a ver películas de Rohmer, todas las que he podido, y he segudio haciéndolo. Escribo esto no para contar por qué me gusta el cine de Eric Rohmer. Ni siquiera para contar que me gusta. Mas bien para intentar descubrir mientras escribo por qué me gusta.

Incluso opté por documentarme, y compré un libro, fantástico, de la editorial Cátedra, escrito por Carlos F. Heredero y Antonio Santamaría. Es una fantástica lectura, muy ilustrativa sobre muchas cosas, pero no sobre lo que conforma el gusto de una persona. Descubro que Rohmer (no es su verdadero nombre, y aún no sé si acentuarlo de la manera francesa o inglesa, lo he oído de ambas formas) era un hombre culto, profesor de literatura (y especialista en Cervantes) muy celoso de su intimidad y muy dado a mentir sobre su propia vida para proteger su anonimato.

Descubro una interesante obsesión por un cierto naturalismo en su cine (hasta el extremo de que una de sus grandes decepciones como director fue no grabar un rayo verde auténtico), descubro una interesante obsesión por un cine veraz y un método tremendamente meditado, pese a que en apariencia resulta casual e incluso aleatorio, hasta el extremo de crear la sensación de que no sería posible ver dos tomas con alguna similitud entre ambas salvo casualidades. Pero no voy a hablar de esto, porque para eso está el libro, que además, lo explicará bastante mejor que yo.


Hablaré de cosas mucho menos interesantes. Soy consciente de que mis impresiones personales lo son. Pero lo que quiero transmitir no es, realmente, mi impresión subjetiva, sino, a través de ella, la complejidad que entraña un cine como el de Rohmer, hasta el punto de ser capaz de crear una certeza (como lo es el que me gustan sus películas), pero que requiera un ejercicio tan introspectivo descubrir por qué.

Es, en apariencia, un cine tosco. Si lo comparamos, por ejemplo, con el barroquismo de un Ciudadano Kane, Rohmer resulta casi un vídeo casero. Pero termina cautivándote esa falta de artificio, que se extiende también a otros aspectos. La elección de los colores de la ropa, de los escenarios, termina quedándose en la memoria, pese a que (al menos es mi caso) no eras consciente de que llegaran a tener tanta relevancia en lo que estabas viendo. Eppur se muove. Si cuento La Rodilla de Clara entre las películas de Rohmer que más me han impactado, por momentos podría rememorarla como si sus fotogramas fueran simples combinaciones de colores, sin que estos tuvieran, necesariamente, forma definida.
 
En un primero momento tuve una impresión engañosa al respecto de sus personajes. Pareciera que sus personalidades se basaban en exceso en aquellas características que formaban parte de la trama de la película. Sin embargo… Después de varias películas te das cuenta de que les has visto comprar ropa, eligiendo y desechando, o incluso adquiriendo ropajes que no eran de su gusto por una razón (como le pasaba al protagonista de El amor después del mediodía) o de sus preferencias a la hora de encontrar un sitio donde vivir (cosa que sucede desde en Las noches de la luna llena hasta en El árbol, el alcalde y la mediateca). Es decir, que de manera inconsciente, sabemos muchas cosas sobre esos personajes, no necesariamente porque ellos nos las cuenten, sino porque les vemos hacerlas. Quizá esa distancia a la que pone Rohmer a sus personajes (caso curioso, porque en cada uno de los Seis cuentos morales hay un narrador en primera persona, por ejemplo) hace que los veamos en cierto modo como seres ajenos.

Y sucede quizá todo lo contrario, porque al final, después de mucho experimentar a Rohmer, sospecho que lo que me gusta de su cine es, precisamente, que se puede sentir como próximo, que es un cine que habla sobre las personas en un lenguaje más próximo a las relaciones sociales que, quizá, al lenguaje cinematográfico mas hollywoodiense. No quiero destripar ninguna película pero… Viendo La mujer del aviador, en cierto modo, intuyes qué va a pasar porque mientras está pasando, sin que nada realmente lo haga presagiar así, sientes que estás viendo una historia de amor realmente encantadora. Quizá hasta una cierta proximidad temporal o hasta geográfica, uno se encuentra con que de niño llevabas a la playa un bolso idéntico al que usaba Pascale Ogier, y que esos mismos veranos fueron una transición de la magia de la infancia a la edad adulta casi como sucede en Cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle.


Luego de una (espero no muy larga) disertación, encuentro que lo mas definitivo de Rohmer es que, si, en efecto, su cine te habla de las personas, de cómo somos aun cuando creemos que somos de otra forma. Habla de las personas y por eso resulta tan cercano, aunque seas de otro país, de otra época. Y sobre todo, habla de las personas en un entorno que nos resulta próximo, no como el que estudia las hormigas en un terrario o cobayas en una jaula. Es la extraña libertad en la que se mueven los personajes de Rohmer la que te hace verlos como personas, y en cierto modo, aun con su distancia, sus miedos, sus recelos hacia ti como espectador, sientes a esas personas.


Creo que es por eso que me gusta el cine de Eric Rohmer.