domingo, 1 de febrero de 2015

Al respecto de lo sucedido en el primer trimestre de vida del Cine Club Casablanca


Una vez completado el primer trimestre de vida del Cine Club Casablanca, y comenzando el segundo, me gustaría escribir unas líneas al respecto de cómo se ha desarrollado hasta la fecha.

 
Tuve noticia de esta iniciativa en verano a través de uno de sus organizadores, Pedro Javier Salado, al que conozco desde los tiempos de la facultad y que tuvo mucho tiempo en su poder mi ejemplar de Cómo acabar de una vez por todas con la cultura. En un momento en el que el mismo Valladolid que tiene en la Seminci uno de sus grandes estandartes, ve como sus cines céntricos cierran sus puertas, me pareció una iniciativa no sólo interesante, sino absolutamente necesaria. Principalmente, me sedujo la idea de un espacio en el que, además de ver una programación cinematográfica variada, se pudiera hablar y vivir el cine de otra forma, amen de volver a una sala de cine con cierta regularidad, algo que no tengo por costumbre pero que quería adquirir como tal.



Las proyecciones fueron inauguradas con Dos metros de esta tierra, que fue presentada por su director Ahmad Natche. La película es una ficción de aspecto documental ambientada en un evento real, un festival de música que se celebra anualmente en la ciudad de Ramala. Sirviéndose de las imágenes de un programa de tv que se estaba preparando en el que se recogería el mentado festival, la película parecía mandar un mensaje en el que la guerra pertenecía al pasado y el futuro de Palestina iba encaminado a preservar su identidad en base a la cultura, lo que quedaba diferenciado por las imágenes documentales bélicas, en contraste con las del festival, pertenecientes a la actualidad.


 
La segunda sesión tuvo como novedad el primer corto que precedía la proyección del largometraje, que fue Jueves, del vallisoletano Pedro del Río, que acudió acompañado del director de fotografía del corto, Víctor Hugo Martín. Una obra de estética cuidada y argumento con truco. El largometraje posterior fue Hasta ver la luz, de Basil da Cunha, una historia marginal que, pese a tener algunos retratos nocturnos de mucha fuerza, parece que no terminaba de cuajar, quizá porque la improvisación de los actores hacía que la historia, que de por si no era excesivamente clara, se diluyera en excesivo y perdiera ritmo. 



Para la tercera sesión, nos acompañó Jorge Villa, que presentó su corto Demasiado corazón, una comedia con pequeños toques de humor negro y ritmo endiablado, y comentó con nosotros la película de Goran Paskaljevic, Al nacer el día. Y tengo que decir que para mi está ha sido una de las dos películas proyectadas que mas me han gustado. Paskaljevic, con un presupuesto escaso, ofrece una película sobre un viejo profesor de piano que, según la interpretación que yo le di, investigando sobre el horror y la barbarie en los campos de concentración nazis de Belgrado, va descubriendo, poco a poco, otro mundo de horror que, como sucedía con las atrocidades del III Reich, tampoco parece importar a nadie. Dicho sea de paso, su fotografía otoñal, también me dejó muy complacido.


Para la cuarta sesión, Antonio Macías nos vino a hablar del festival de Cortos de Rodinia, festival de cine itinerante que proyecta por los bares de Valladolid y que, aun a la espera de iniciar su séptima edición, ya ha recibido más de mil cortometrajes. Además, nos presentó uno de los cortos ganadores en el certamen del año pasado en la categoría de corto documental, Odysseus gambit de Alex Lora Cercós, la historia de un inmigrante que sobrevive en las calles de Nueva York jugando al ajedrez y tocando la guitarra. El largo fue, en este caso, la obra documental Asier ETA biok, de Aitor y Amaia Merino. Asier y yo, su título traducido al castellano, cuenta casi en primera persona la relación entre el actor Aitor Merino y su amigo Asier, cuya vinculación con el entorno de ETA le llevó a pasar un largo periodo en la cárcel. Una temática muy interesante para un documental que, cuando se acercaba al relato más personal de su director resultaba más dinámico e interesante que cuando se limitaba a exponer momentos íntimos de Asier. A estas alturas, los debates entre los asistentes a las proyecciones ya eran algo más fluidos, aunque con esta película, quizá por lo controvertido del tema, hubo una cierta reticencia inicial.

Llegamos a la quinta sesión, en la que pudimos ver Estocolmo, una simpática y muy premiada historia de Álvaro Martín, con el que tuvimos una de las tertulias mas animadas del ciclo, en la que comentamos tanto Estocolmo como otras obras suyas (vuelvo a insistir en que el documental de los Roxy como La partida de mi abuelo son impagables) y el largometraje La espectadora, de Paolo Franchi. Esta fue la otra película, junto Al nacer el día, que mas me entusiasmó. Una historia que, para mi, tenía una serie de reminiscencias rohmerianas (aunque formalmente tenía que ver mas bien poco o nada) con un triángulo amoroso de lo mas curioso, cuyas interrelaciones daban para mas de un análisis y mas de una revisión. Lo cierto es que, como comentaba antes, todo se conjugó para tener una charla de lo mas animada y participativa sobre los dos filmes que pudimos ver esa tarde-noche.


Por último, cerramos el trimestre y nos fuimos de vacaciones con la proyección de Cuando naces… ya no puedes esconderte, de Marco Tullio Giordana. Por mor de la duración del largometraje, no hubo proyección previa de corto alguno. Si bien todos coincidimos en que nos había parecido un tanto deslabazada, con un discurso un tanto inconexo hasta el punto de no tener muy claro exactamente ni la intención ni el argumento de la película, si al menos dio pie a un interesante coloquio, que al fin y al cabo, es uno de los factores que encuentro mas interesantes de participar en este cine club.





Y con esta sensación empezamos el nuevo trimestre, con las ganas de ver cine, de explorar propuestas diferentes, y sobre todo de hablar de cine, de participar y de vivir el cine. Y, por cierto, hoy me he enterado de que el número de personas apellidadas Melero en el cine club, asciende a tres. No somos tantos meleros ni en mi casa.