miércoles, 21 de septiembre de 2016

Hablemos un rato de Eight days a week

Apurando apurando antes de que la quiten de las salas, he ido a ver Eight days a week, el documental que ha dirigido Ron Howard contando los años de giras de los Beatles. Rondaba ya por mi cabeza iniciar una nueva serie de textos sobre algunos biopics relacionados con los Beatles y películas "adyacentes" y quizá sea éste un buen momento para ello. Procedo a hacer un breve comentario sobre el documental.
 
Recientemente leía, en el magnífico libro de conversaciones entre Cameron Crowe y Billy Wilder, que al director austriaco no le gustaba el rock. No le tenía mucha estima a Elvis Presley, aunque Crowe, que antaño fue periodista en Rolling Stone (como se encargó de "reflejar" en su cinta Casi famosos), sí consiguió sacarle que los Beatles no le desagradan tanto, que tenían personalidad.

Esta personalidad, que sin duda los vendió muy bien, cautivó a un Ron Howard, que por aquellos entonces era un conocido actor infantil. El momento fue ideal, puesto que coincidieron en camerinos. No es de extrañar que Howard quiera contar de lo Beatles el momento de efervescencia que fueron los años de giras del cuarteto.

Hay que decir, en honor a la verdad, que habiendo visto en numerosas ocasiones los distintos capítulos de The Beatles Anthology es fácil caer en una comparación muy dura con casi todo el material documental que se pueda ver después. Pero en este caso hay que girar la vista hacia aquella magnífica saga documental, puesto que recupera algún material perteneciente a ella, como es el caso de las entrevistas a George Harrison, que proceden del material descartado, y con el que, seguramente, se podría hacer algún documental más muy muy interesante. Pero también para comparar si el material que ya fue remasterizado para Anthology y en este caso, vuelto a remasterizar para pasarlo a 4k, ha sufrido un cambio destacable, dejando a un lado algunas imágenes que dan la sensación de coloreadas, aunque sólo sea por la constatación de haberlas visto antes en blanco y negro en no pocas ocasiones.

El relato "emocional" es, quizá, lo que en un primer momento más podríamos destacar del documental, no por subjetivo, sino porque explica lo que podemos ver en las imágenes. Si algo deja claro Ron Howard con este trabajo, y hay un momento que se dice textualmente, es que los Beatles superaron todas las expectativas y quienes no participaban de la beatlemanía no eran capaces de entenderlo, y hoy en día quizá no seamos capaces de comprender la sorpresa que fue, por eso esa primera parte del relato es tan importante.

El furor que causaban los Beatles entre sus seguidores está perfectamente ilustrado por los testimonios que se incluyen en la película. Los casos más conocidos, los de Whoopi Goldberg o Sigourney Weaver, y por ello más chocantes, porque es indudablemente llamativo ver a gente tan popular, ante la que cualquiera se sentiría como poco intimidado, hablar de alguien con esa emoción y esa reverencia.

Pero dejando a un lado ese testimonio de ilustres beatlemaníacos, entre los que también me gustaría destacar a Elvis Costello y a la grada de Anfield, que aparece cantando temas de sus paisanos, Howard hace bien en destacar una constante en las giras de los Beatles que no da pie a dudar de su consideración de pioneros. Nadie sabía cómo había que dar un concierto en un estadio, por la sencilla razón de que no había grupos que movieran a tanta gente. También textualmente se dice en el documental que era prácticamente motivo de orden público que los Beatles actuaran en un gran recinto, porque era imposible controlar a cinco mil personas dentro del recinto y a cincuenta mil que esperaban fuera. Y así llegamos al concierto del Shea Stadium.

Hoy en día tenemos en la retina grandes eventos musicales en estadios llenos hasta la bandera, pero las imágenes que nos ofrecen del concierto del Shea Stadium llaman la atención, no tanto por las gradas llenas, sino por el terreno de juego vacío. Pero quizá lo más definitivo sería decir que las canciones sonaron a través de la megafonía del estadio. Nos podemos imaginar la calidad del mismo. La idea de precariedad, propia de quien recorre un sendero inhóspito por primera vez, queda bastante bien transmitida por la película.

Quizá decae cuando el relato se ciñe más rigurosamente a los hechos, aunque para un espectador no muy conocedor de la historia de los Beatles pueda resultar estimulante. Cabe reseñar que hablar, en un espacio de tiempo bastante corto, de las protestas por la actuación en el Budokan, por ser un lugar sagrado, y tocar el tema de la famosa frase de "somos más populares que Jesucristo" es una manera de dar a entender que Lennon tenía razón. Pero, igual que sucede con la también reciente Hitchcock y Truffaut, esta película es una buena manera de poner otra vez de actualidad elementos del pasado que conviene no dejar de lado, y en ese aspecto, merece aplauso.


Como epílogo, hablar de "los amigos ausentes". El documental está dedicado a George Martin, el que fuera productor de muchos de los discos de los Beatles (cuando estaban juntos y por separado), y cuyo hijo Giles se encarga de la producción musical. Martin falleció este 2016 y para muchos es considerado como el auténtico quinto beatle, por lo que aportó a la música del conjunto con su trabajo en el estudio. Y también a Neil Aspinall o Mal Evans, que acompañaron al grupo desde sus comienzos y tienen también su pequeño huequecito dentro de la producción.


 

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