lunes, 28 de mayo de 2012

Nueve apuntes sobre El crepúsculo de los dioses



1. Los automóviles. Joe Gillis (William Holden) llega hasta la casa de Norma Desmond huyendo de dos hombres que pretenden embargar su coche por falta de pago. Mientras lo esconde en el garaje, encuentra el Isotta-Fraschini de Norma Desmond (Gloria Swanson). Hay un cierto paralelismo entre el auto y su dueña. Ambos parecen abandonados, aunque intentan mantenerse a punto por si la ocasión lo requiere. También presentan un cierto aire de decadencia, del exceso de tiempos pasados, que choca brutalmente con el desolador panorama que se muestra en el filme. 

Es reseñable también que Gillis huye intentando conservar su coche, para acabar perdiéndolo, quedando irremisiblemente unido al Isotta-Fraschini, como sucede con su carrera de guionista y con la propia Norma Desmond. Incluso, en el momento en el que, durante la fiesta de nochevieja, decide largarse, le cuesta enormemente encontrar otro medio de locomoción que lo lleve bajo el temporal. Ambos, auto y dueña, permanecen bajo el intensivo y meticuloso cuidado de Max, el mayordomo (Erich Von Stroheim), y sin embargo… La Paramount aun considera tener sitio para el Isotta-Fraschini, pero no para Norma Desmond.





 2. La piscina. Se podría decir que para El crepúsculo de los Dioses es tan importante o mas que el piano Sam de Casablanca. Es donde comienza y se inicia la película. La escena inicial (que originalmente se desarrollaba en la morgue y fue descartada por resultar cómica) fue rodada sumergiendo un espejo en la piscina, para poder grabar el cadáver de Gillis desde abajo, sin necesidad de sumergir la cámara.






Cuando el guionista llega a la casa, ese símbolo de lujo que tanto ansiaba para si mismo, está habitada por las ratas. Es en esa misma piscina, ya debidamente reparada y llena de agua, cuando observamos una estampa marcadamente familiar. Gillis ya asume con total naturalidad su papel dentro de ese entorno. Se ha adaptado a ese escenario y ese escenario a él. Es en esa misma piscina que muestra a Betty Schaefer (Nancy Olson) mientras la despide mientras le extiende la invitación a utilizarla algún día.



Curioso detalle también el que precisamente encienda la luz de la misma, olvidando luego apagarla, lo cual quizá facilitó a Norma Desmond hacer blanco, al igual que contemplar luego el cadáver flotando. Se comenta que entre los diálogos de ese arranque descartado, se decía “Yo también fui encontrado en una piscina, pero no me ahogué. El agua entró por tres agujeros que yo no tenía”, pero no puedo confirmar este dato.



3. Los focos y espejos. Forma parte de la esencia de este filme. Norma Desmond reacciona cada vez que pasa por delante de un espejo o nota que algún tipo de luz artificial de cierta potencia la alumbra. Especialmente poético es el momento en el que el viejo iluminador la reconoce y dirige su foco hacia ella, guiando a todos los viejos figurantes a reverenciara la antigua figura del celuloide, lo cual, no deja de ser un gesto un tanto patético, pero no por ello menos entrañable. 


 Luces y espejos son prácticamente el espíritu de la película, que al fin y al cabo, no es otra cosa que el espejo de lo que fue un Hollywood que cambió bruscamente en poco tiempo, y olvidó todo lo que se quedó lejos del foco, a igual que de esa vanidad que fue tan característica de las estrellas de la época. Tanta egolatría suele provocar una inclinación a la aversión hacia el personaje de Norma Desmond, sin embargo, como apunta Cecil B. DeMille, Norma era una persona viva, inteligente, pero no es fácil soportar toda esa adulación las 24 horas del día. Y mucho menos, que después te la arrebaten tan cruelmente.


4. El vampirismo. En el momento en que Gillis entra en la casa por primera vez cabe la comparación con ese preludio de la novela de Bram Stoker llamado El invitado de Drácula. La solemnidad de Max el mayordomo (Erich Von Stroheim) y el malentendido sobre su identidad, provoca una cierta sensación de desasosiego. Pese lo característico del cadáver, la conversación sobre cómo debe ser el ataúd hace mas por apoyar esta teoría que por rebatirla. Si a este unimos la tétrica interpretación al órgano de Max, que tanto disgustaba a Gillis, o incluso algunas miradas y gesticulaciones de Norma Desmond (como por ejemplo, la que cierra la película) propias de Bela Lugosi, parece poco probable que podamos negar tal conexión.

 Y va mucho más allá de lo meramente estético. Como el antiguo príncipe rumano, Norma Desmond busca la ayuda de un invitado al que hospeda con la intención abrirse camino entre nuevas masas para recuperar un poder y una grandeza que perdió en su confinamiento, y empieza por vampirizar al recién estrenado esbirro (mas en la versión fílmica del mito de Drácula que en la novela, ciertamente), que es el mas reciente pero no el único, como demuestra la presencia de Max el mayordomo. Es, ciertamente, un vampirismo que reacciona de manera totalmente opuesta al tradicional ante la luz, pero que igualmente deja dos opciones : Unirte o perecer. Por último, apuntar una curiosidad. Tanto el vampiro como las viejas glorias del cine que se reúnen a jugar a las cartas en la casa comparten el dudoso honor de haber sido dados por fallecidos cuando la realidad es bien distinta. Ambos son, en definitiva, no muertos.




5. Las puertas. La vieja mansión de Norma Desmond, igualmente pasada de moda, como comenta Gillis al primer vistazo, es un cúmulo de fascinantes detalles a cada cual con mayor interés. Pero quizá sería oportuno poner un especial énfasis en que en esa vieja fortaleza de la que parece imposible salir, no hay ninguna puerta cerrada, y sin embargo, son otros los factores que impiden abandonarla. Por precaución, los pomos de las puertas han sido arrancados, lo cual crea no ya sólo una sensación de falta de privacidad, si no en algunos casos, hasta de indefensión. Y más fascinante aun es la puerta de entrada a la casa, ese enrejado más metafórico que real. 



No parece existir un problema real que impida abandonar la casa, y sin embargo lo hay (aunque sea un reloj que se engancha con la cerradura). Por estas consideraciones, que Gillis decida acompañar a Nancy a la puerta y ser él y no Max quien la ayude a abandonar la casa, resulta especialmente significativo. Tampoco podemos olvidar, aunque no pertenezcan a la mansión, las puertas de la Paramount, quizá tan suyas como las de su propia casa al fin y al cabo. La vieja “obsesión” del maestro Lubitsch toma en la obra de su alumno una enorme relevancia.






6. Max, el mayordomo. Erich Von Stroheim da vida en este filme a un mayordomo inquietante, pero que a lo largo del desarrollo de la acción, lo resulta aun en mayor grado. Si en un primer momento sorprende la naturalidad con la que recibe a Gillis, hasta el punto de asegurar que se le estaba esperando hacía tiempo, acto seguido induce a sospechas su mirada, siempre fría y escrutadora. Apenas parece humano, quizá por la imperturbabilidad con la que asume la extravagancia de su señora, o quizá por su imperturbabilidad a secas.

  

Cabría interpretar como lealtad la preocupación la diva (resumida perfectamente en la frase “puede usted hacer lo que quiera, pero le ruego que no se entere la señora”) hasta el extremo de colaborar activamente en mantener la mentira. Hacia el final, nos damos cuenta de qué hay detrás de Max, el mayordomo. Uno de los tres jóvenes directores de cine más prometedores, junto a Griffith y a DeMille, y sobre todo, su primer marido. Ese mismo primer marido que ha tenido que adecentar el que fuera su cuarto para que lo ocupara (amen de otros menesteres) un guionista incapaz de encontrar trabajo, y que vuelve a su antigua tarea para dirigir las cámaras en el canto del cisne de Norma Desmond (cabe recordar que la expresión “canto del cisne” en inglés es “swan song” y Swanson es el apellido de la actriz que da vida a Norma Desmond) en su caricaturesco y siniestro descenso por la escalera. Por lo común, tenderíamos a pensar que ama y criado están igual de locos, pero habiendo dos personas no ya de acuerdo, si no total y apasionadamente convencidas de la legitimidad de su causa, cabe la duda de si no tendrá razón Norma Desmond, que en verdad ella es grande y son las películas las que se han hecho pequeñas. Como curiosidad, Von Stroheim y Gloria Swanson fueron marido y mujer en la vida real, y precisamente la dirigió en la película que visionan en el salón.


7. Los ojos de Norma Desmond. Hablar del personaje de Norma Desmond podría dar para mucho y este texto ya está siendo mucho menos somero de lo que planeaba inicialmente. La mirada de Norma Desmond está muy alejada de la de cualquier otro mortal. No sólo percibe otra realidad, si no que la transmite e hipnotiza. No es que ese influjo llegue a convencerte, si no que te demuestra que ese mundo que la veneraba quizá no exista ya, pero está claro que en algún momento existió.

Es, además, una muestra de la excelente interpretación de Gloria Swanson, la cual, tras la inicial sorna con la que se recibió su excesiva y sobreactuada interpretación, respondió diciendo que Norma Desmond es una diva del cine mudo, y en el cine mudo se actuaba así. 




No le faltaba razón, y como señala mientras se recrea viéndose a si misma, son sus ojos una de sus armas de interpretación mas poderosas. Es bastante habitual la queja que la propia Desmond eleva sobre los diálogos en las películas, y es mas curioso si tenemos en cuenta que a Wilder se le consideraba en algunos círculos “excesivamente literario”. Así pues, dejemos que la mirada se exprese ella sola sin más palabras al respecto.











8. El mono. Que aparezca un mono en una película siempre suele ser algo digno de mención, que duda cabe, pero en este caso vamos a señalar que tiene mas razones para ser destacado que de costumbre. El retrato de una figura endiosada por el gran público, que vive lejos de la realidad enclaustrada en una lujosa mansión nos puede retrotraer a muchas celebridades, seguramente, pero… ¿Cuántas de esas celebridades tenían por mascota un mono con tratamiento no ya de ser humano, si no de ser humano adinerado? Quizá no en el momento en el que vemos al primate por primera vez nos acordamos de Michael Jackson, pero meditando, después de la película, es imposible no evitar hacer una relación, aunque esta sea muy superficial. Evidentemente por cronología es imposible que Wilder trazara el paralelismo con Jacko. Más posible es que este surgiera en la cabeza de determinadas personas, otorgando al difunto rey del pop a lo mejor un status inadecuado, o quizá que el genio de Billy Wilder planteara una situación tan fantástica que finalmente la vida imitó al arte. Considerando mas factible esta segunda, no habremos de decantarnos por dar por cierta ninguna al no conocer si no de manera superficial e inexacta la circunstancia del desaparecido músico.


9. El cine. Y es lo más maravilloso de la película. Meditando sobre los cameos que se producen, llegas a pensar que el principal cameo es el del cine haciendo de si mismo. Es una película de gente que hace o ha hecho cine, y de lo que trata en esencia es de seguir queriendo hacer cine, de cómo se hizo, de cómo se quiso hacer. Como ya citábamos antes, Gloria Swanson y Von Stroheim interpretan a un matrimonio fracasado de una actriz y su director, habiéndolo sido ellos mismo en la vida real, y contemplando una de sus obras comunes. 



Tenemos a Cecil B. DeMille siendo filmado en el set de rodaje de una de sus películas (Sansón y Dalila, si no recuerdo mal). Tenemos a Búster Keaton e incluso un cameo de la propia Paramount Pictures. Parece que El crepúsculo de los dioses no fue excesivamente bien recibida en su momento dentro del mundo del cine. Mary Pickford rechazó el papel espantada, y su argumento fue tomado como un ataque a Hollywood.



Quizá sea así, pero una vez la película ha dejado poso, cuando te vas olvidando de algunos detalles, te queda en la memoria cómo Von Stroheim dirige las cámaras del noticiero para esa última vez de Norma Desmond, pese a todo, un instante de tremenda reverencia al cine, al lema “el espectáculo debe continuar”. Y es precisamente en esa forma de amar al cine donde vemos mas de Billy Wilder, ese romántico desencantado capaz de hacer una declaración de amor intenso y profundo enumerando tus defectos mas flagrantes.




















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